Yom Kipur 5756
(Traductora : Ana Roselló, atoscano@arrakis.es)
Estos Días Sagrados no pretenden hacernos
fácil la vida. Los oficios
que se alargan ponen énfasis en la oración, una actividad
en la que
hoy en día no somos muy expertos. En el Yom Kipur se nos pide que
dediquemos un día entero en la sinagoga, inmersos en la oración.
Pero encontramos mucho más fácil creer en Dios que orarle.
Es este
estado generalizado de incomodidad lo que me impulsa a compartir
con vosotros algunos de mis pensamientos sobre el arte de la oración
judía.
Como los rabinos de antaño, estoy convencido de que cuando se
hace correctamente, el rezar a Dios puede tener sus efectos y aliviar
el sufrimiento. Un sensato midrash sobre Caín proclama el poder
de
la oración : “¿Quieres saber exactamente cuánto es
de poderosa ?
Aún cuando la oración no llega a hacer todo el trabajo, logra
al menos
realizar la mitad de él.”.
Los rabinos, que siempre prefieren teologizar de manera narrativa,
interpretan un fascinante diálogo entre Dios y Caín tras
el primer
asesinato registrado en la historia. La contaminación de la sangre
de
Abel convierte a la tierra infértil y Caín es condenado a
una vida de
“...eterno vagabundeo errante por la tierra (Génesis 4 :12)...”.
En
hebreo, dos nombre sinónimos, na ve-nad, transmiten la fuerza
total
de su destino, “eterno vagabundeo errante”.
Inmediatamente Caín repara su pecado. Como si solamente mirando
hacia atrás se diera cuenta de la gravedad de su acto : “Mi culpa
es
demasiado grande para soportarla (Génesis 4 :13).”, dice Caín.
Y
luego, inmediatamente añade, según la midrash : “Mira, Señor,
tú
toleras (los excesos) de todo el mundo, pero mi pecado, ¿no lo puedes
perdonar?. Tu propio profeta te ha descrito como ser que perdona la
iniquidad y pasa por alto las transgresiones (Micah7 :18).”. La súplica
tiene el efecto buscado. Dios se conmueve ante el remordimiento y
las argumentaciones y elimina la mitad de la sentencia. La Torá
recoge meramente que : “Caín salió de la presencia de Yahveh,
y se
estableció en el país de Nod, al este del Edén (Génesis
4 :16).”. La
anomalía lingüística (la similitud entre “nad”
y “Nod”, junto con la
desaparición de la palabra “na” en la linea final de la historia
de Caín),
implica que la oración sincera no quedará totalmente sin
respuesta. Al
menos es parcialmente efectiva. Caín no es condenado a un destino
de vagabundeo infinito.
Nuestra liturgia nos prepara para esperar menos que la totalidad que
se pide. Nuestra fe en Dios no se basa en los milagros. “U-netaneh
tokef”, la declaración principal de los oficios en los Días
Sagrados,
culmina con la declaración de que “la penitencia, la oración,
y las
buenas obras pueden anular la severidad de la sentencia”. No la
sentencia en sí, pero sí su dureza. Muchas circunstancias
son
irreversibles y las acciones tienen sus consecuencias. Pero la oración
nos aleja del pánico, nos da la posibilidad de reducir el impacto,
nos
ayuda a forjarnos en la actitud adecuada. La actitud que tomamos
ante lo que nos recae es el último reino de la libertad y dignidad
humana.
La oración nos da la perspectiva. Al igual que Hagar, alcanzamos
a
ver algo vital oscurecido por nuestra desesperación. Perdida en
el
desierto de Beer-sheba sin agua, Hagar deja a su hijo Yishmael bajo
la sombra de un arbusto para morir de sed. Ella se aleja para no
presenciar su sufrimiento. Pero la angustia de sus sollozos provoca
una respuesta divina. Dios la calma con la seguridad de que su hijo
Yishmael no va a morir. Su destino permanece inalterado : ser el
padre de una gran nación. Con lo cual, “...abrió Dios los
ojos de ella,
y vio un pozo de agua. Fue, llenó el odre de agua, y dio de beber
al
chico (Génesis 21 :19).”. No es un milagro, sino una mirada más
acertada. El pozo siempre ha estado allí. En su pánico y
dolor Hagar
lo había pasado por alto. La oración nos da la habilidad
de reconocer el
alivio a nuestro lado.
También nos acercamos a Dios con economía. En todas nuestras
oraciones durante los Días Sagrados, ¿qué es lo que
le pedimos a
Dios ?. No vida eterna en el más allá, ni siquiera larga
vida en este
mundo. No, nuestra petición es mucho más modesta : un año
más,
eso es todo lo que buscamos. Haciendo frente a nuestra mortalidad,
lo único que anhelamos es una ligera prolongación. La disparidad
entre la intensidad de nuestra oración y la modestia de nuestra
petición no puede ser más impactante.
El judaísmo nos ofrece esta salvación mundana. Y ¿qué
hacemos
con el tiempo extra que Dios nos concede?. No significa que sea por
las vacaciones en el Caribe por lo que perdimos el pasado invierno.
Reb Mendel de Kotz recibió una vez la visita de Reb Yaakov Aryeh
de
Radzimin. Reb Mendel pronto le preguntó : “¿Por qué
nos creó
Dios ?.”, a los cual Reb Yaakov respondió : “Para salvar nuestras
almas.”. “No, en absoluto.”, se crispó Reb Mendel, “Eso es
autoalabanza e idolatría. Fuimos puestos sobre la tierra para alzar
los
cielos !.”.
Este es el propósito último y glorioso de nuestra retirada
hacia la
santidad de la sinagoga : renovar nuestra dedicación ante la tarea
de
completar la creación. Ansiamos ser seres humanos dedicados de
forma que podamos participar en mantener los cielos arriba o imbuir
vida sobre la tierra con la armonía en lo alto.
Y ¿es la casualidad una forma de saber si nuestras oraciones han
sido oídas ?. Un piadoso del s. I e.c., llamado Rabbi Hanina ben
Dosa, era a menudo requerido para rezar por la recuperación de
personas gravemente enfermas. Cuando acababa, expresaba su
opinión sobre las esperanzas del enfermo : “Esta persona vivirá
pero
esa persona morirá.”. Cuando sus estudiantes le preguntaban cómo
lo sabía, él les reveló su secreto : “Si mis oraciones
fluyen
suavemente de mi boca, sé que he sido aceptado. Si no, sé
que he
sido rechazado.”.
La historia nos sugiere que la eficacia de la oración depende de
cómo
se rece. Para lanzar un satélite necesitamos generar suficiente
energía para superar la fuerza gravitatoria de la tierra. Si nuestras
oraciones brotan con naturalidad desde los recovecos de nuestra
alma con convicción y elocuencia, se nos compensa con un
sentimiento de satisfacción. Si somos dueños de la liturgia,
ésta
trabajará a nuestro favor. Y esto, naturalmente, es la grave situación
de muchos de los judíos americanos. Estamos carentes de práctica
y
familiaridad que es lo que nos da el control sobre las palabras del libro
de orar. Sus ideas no son tanto un obstáculo para rezar como sus
palabras. Rezar es una especie de arte, un vehículo para expresar
nuestros sentimientos más humanos con belleza, como se toca un
piano. Ambas tareas necesitan de la diligencia y la práctica para
alcanzar el dominio de la autoexpresión.
Qué nuestras oraciones en el año venidero sean más
fluidas y
frecuentes,
Gemar tov,
Ismar Schorsch.
Los comentarios del Dr Schorsch (en inglés) han sido posibles por
la
colaboración generosa de Rita Dee y Harold Hassenfeld.