Parashá Yitro 5757
Éxodo 18 :1 - 20 :23
1 febrero 1997 / 24 shvat 5757
(Traductor : Victorino Cortés, victorino@redestb.es)
La exposición permanente del museo
de la Diáspora en Tel Aviv
comienza con una réplica del relieve del Arca de Tito que muestra
a prisioneros judíos llevando artefactos del templo (una gran
menorá de siete brazos, por ejemplo) al exilio. Próximo a
ello, un
cartel desvela la concepción del museo de la historia judía:
“Ésta
es la historia de un pueblo que fue dispersado por todo el mundo
y sin embargo permanece como una única familia; una nación
que
una y otra vez ha sido condenada a la destrucción y que desde sus
ruinas se levantó a una nueva vida.”. Estas palabras
conmovedoras testifican un deseo nacional de vivir no roto. El
exilio no puso fin a la historia judía ni fragmentó la unidad
judía.
Una conciencia compartida sustituyó a la falta de proximidad.
La misma exaltada afirmación de la unidad judía se enuncia
en la
sinagoga cada vez que nosotros recitamos la oración por la
llegada de un nuevo mes, como hacemos este sábado del primero
de Adar I (siendo éste un año bisiesto). Esencialmente, la
oración
pide a Dios que nos favorezca individualmente y nacionalmente
durante el próximo mes. La primera y más larga sección
contiene
una lista de peticiones para nuestro bienestar personal, tanto
físico como espiritual; la segunda, una breve súplica por
la
redención nacional.
Es el cierre enfático de la segunda sección la que se hace
eco de la
fe inalterable en la unidad judía afirmada por el museo de la
Diáspora: “Qué Él que hizo Milagros por nuestros antecesores,
conduciéndolos desde la esclavitud a la libertad, nos redima,
reuniendo a nuestro pueblo disperso desde las cuatro rincones de
la tierra. Porque Israel todo es una hermandad.”. En otras
palabras, nuestra separación y dispersión no han podido
erosionar o fracturar la identidad compartida del pueblo judío.
Litúrgicamente, la congregación rompe a cantar con las tres
últimas palabras, “Javerím kol yisrael”, porque permanecer
juntos
frente a tales adversidades es un asunto de orgullo, exaltación
y
agradecimiento.
En verdad, sin embargo, estas dos declaraciones sobre la unidad
judía, una secular en origen, la otra religiosa, son poco más
que
una asunción piadosa. La realidad de la existencia judía
es
bastante menos elevadora. Una temprana midrash sobre nuestra
parashá descubre una más oscura verdad. Como tantas otras
veces, una ligera dificultad lingüística en el texto de la
Torá
conlleva un comentario interpretativo de bastante más alcance.
Tres meses después de la huida de Egipto, los israelíes llegaron
al
monte Sinaí. “Y viajaron desde Refidim hasta el desierto de Sinaí,
donde acamparon, (acampó allí) frente al monte (Éxodo
19:2).”.
Perdido en la traducción está el hecho de que aunque el verbo
"acampar" aparece dos veces en este verso, la primera vez es
en
plural, mientras que la segunda en singular (aunque sin embargo
el asunto permanece el mismo). La midrash, según la parafrasea
Rashi, observa el rápido cambio del plural al singular y lanza la
siguiente bomba: "la forma verbal singular sugiere que la nación
entera acampó en Sinaí como un solo hombre con un solo corazón.
Todas las otras muchas acampadas de Israel en el desierto, sin
embargo, estuvieron marcadas por las quejas y la controversia."
De aquí se sigue que la unidad no es el estado normal de los
asuntos para el pueblo de Israel. Incluso, es una experiencia tan
rara como la de la revelación en el Sinaí. Reunidos para
recibir su
mandato divino, la culminación de los peligros del éxodo,
los
israelitas consiguen un momento de completa armonía y
concordia, entre ellos mismos, con Moisés y con Dios. La forma
singular del verbo no es un desliz, por descuido del escriba, sino
la indicación abierta de una transformación interior. Redactada
no
mucho después de tres levantamientos judíos inútiles
contra el
dominio romano en los años 66, 115 y 132 e.c., esta melancólica
midrash apunta a las divisiones internas de la sociedad judía en
Palestina durante los tres turbulentos siglos desde los macabeos
hasta Bar Kojba. Pero la midrash también concuerda con la
narrativa bíblica. Ni los milagros divinos sinnúmero, ni
el
liderazgo de Moisés son suficientes para imponer una apariencia
de unidad duradera sobre los antiguos esclavos del faraón. El
patrón de interminables quejas se estableció en una época
temprana y persiste. Aunque la Torá insiste que la salida
milagrosa del mar Rojo había imbuido al pueblo con una
profunda fe tanto en Dios como en Moisés (Éxodo 14:31), ¡con
qué
rapidez volvieron al hábito de rechazar el liderazgo de Moisés
cada vez que aparecía alguna prueba dura ! La canción en
el mar
está seguida de tres casos rápidos de amargo descontento.
Contra este enojoso fondo, la revelación en el Sinaí es,
como
afirma la midrash, una excepción singular, adoptada con celeridad
y unanimidad. En la ceremonia pública que ratifica el convenio,
la
gente se obligó a sí misma con una voz indivisible: "Todo
lo que
mandó el Eterno haremos (Éxodo 24:7)." Pero de nuevo,
como
episodios siguientes como el del becerro de oro testifican, la
relación de fe y unidad es de corta vida. Más tarde, la guerra
civil
frecuentemente estropearía el periodo de los Jueces y del primer
Templo.
Seguramente el convenio, que hizo a Israel un reino de sacerdotes
y una nación sagrada, implicaba el ideal de unidad nacional. En
la
minja del Sábado en la amidah, nosotros declaramos
resonantemente: “Tú eres Uno, Tu Nombre es Uno y ¿Quién
es
como tu pueblo de Israel, uno de entre todo el mundo?”. La triple
repetición de la palabra “uno” revela lo que Dios e Israel tienen
en
común. La unidad y la singularidad de cada uno realza y refuerza
la del otro. Un Israel fracturado no trae gloria a Dios. Ni tampoco
“los fieles esparcidos”. El mundo está repleto de “los fieles
esparcidos” ; los restos fósiles de lo que una vez fue una
comunidad nacional o una comunidad religiosa vibrante. No hay
“un pueblo elegido” sin unidad.
Y la clave de la unidad, para los rabinos, es un respeto saludable
por la diversidad. Una remarcable midrash dibuja a los sabios
reunidos para estudiar y discutir la Torá con un mínimo
consenso en cualquier asunto. Sin embargo, la midrash afirma
confiadamente que la panoplia de opiniones deriva de Dios,
porque la Torá establece: “Dios habló todas estas palabras
(Éxodo
20:1)”, con el énfasis en “todas”. La revelación de Dios
abunda en
una multiplicidad de sentidos. La sabiduría de esta midrash
consiste en definir la pertenencia al pueblo judío no en términos
de credo o de comportamiento, sino en términos de relación.
Durante tanto tiempo como uno esté enfrascado en el estudio de la
Torá, uno es un miembro del pueblo elegido de Dios.
Shabat shalom u-mevoráj
Ishmar Schorsch
Los comentarios de Dr Schorsch se han sido posibles por la
colaboración generosa de Rita Dee y Harold Hassenfeld.