Parashá Vayetse 5754
Génesis 28 :10 - 32 :3
20 noviembre 1993 / 6 kislev 5754
(Traductor : Comunidad Bet-El de México D.F., http://www.betel.org.mx)

El judaísmo es como un manantial del cual emana un número muy grande 
de adjetivos por medio de los cuales calificamos y nombramos a Dios. La 
Biblia contiene unos 70 nombres ; la literatura rabínica agrega a la lista unos 
90 nombres más, y hasta ahora nadie se ha preocupado por contar el 
número de nombres de Dios con los cuales fue clasificado por los místicos 
judíos. Como Gersom Scholem escribió hace ya más de medio síglo : “En 
último recurso, la Torá en su totalidad (para el autor del Zohar), no es nada 
menos que un gran y sagrado nombre de Dios.”. Los diferentes nombres que 
Dios recibe en la tradición judía, nos dan a conocer un diálogo ininterrumpido 
de amor y de misterio.

En la parashá de esta semana, encontramos un adjetivo común que 
eventualmente se convierte en uno de los nombres más extraordinarios de 
Dios. Leemos en la huida de Yaacob de la ira de su hermano. Perturbado por la 
ansiedad, se va de Beer Sheba para regresar a Harán, el lugar en donde 
Abraham escuchó por primera vez la llamada de Dios. En el camino, nos 
reporta la Torá : “Llegó a un lugar y se detuvo en ese lugar para pasar la 
noche, pues el sol se había puesto (Génesis 28 :11).”. Y como ustedes ya lo 
saben, ese lugar se convirtió en el escenario del famoso sueño de Yaacob 
en el que vio una escalera repleta de ángeles, algunos de los cuales subían 
al cielo y otros descendían a la tierra.

Pero precisamente, ¿en dónde estaba este impresionante lugar, que 
Yaacob, al despertar llamaría “el lugar en donde Dios habita”, y “una 
ventana al cielo (Génesis 28:17)” ?. Pedimos de la Torá datos muy 
específicos a los cuales es totalmente indiferente. Rashi trata de ayudar. Se 
da cuenta de que el sustantivo está acompañado por un artículo definido, 
literalmente “ha-makom” : “Y llegó hasta el lugar”, y sugiere que debe de 
referirse a un lugar que había sido previamente mencionado en la Torá. De 
acuerdo con esto, Rashi identifica al lugar como el mismo en donde 
Abraham se dispuso a sacrificar a Itzjak, y lo hace basado en que la palabra 
“makom” aparece en los dos versos, Génesis 22:4. En acorde a la tradición 
rabínica que emana de sus pensamientos, Rashi, en su comentario a 
Génesis 28:17, señala que con toda seguridad ése es el lugar en el monte 
del Templo en Jerusalén que une al cielo con la tierra. En breve, mucho 
tiempo después de la destrucción del Segundo Templo, los rabinos 
profundizaron sobre la santidad de Jerusalén y el Monte del Templo 
basandose en estas dos narrativas.

De cualquier manera, el comentario rabínico se muestra un tanto violento en 
relación a la esencia de las dos historias. En el caso de Yaacob, a punto de 
salir al exilio, la fuerza del lugar no identificado sirve para asegurarle a 
nuestro Patriarca que la presencia de Dios no está restringida a un solo lugar 
santo o inclusive a la Tierra Prometida en sí. Dios lo acompañará y lo 
protegerá más allá de las fronteras en Harán. El impulso por crear un 
conjunto de bienes sagrado va totalmente en contra del mensaje de la 
universalidad de Dios. Más cercano al espíritu del libro de Génesis se 
encuentra la lección enseñada por Raban Gamliel no mucho tiempo después 
de la victoria romana en el año 70 e.c. : “¿Por qué escogió Dios revelársele 
a Moisés en una solitaria zarza ardiente ? Precisamente para demostrar que 
no hay un solo lugar en la tierra en donde no podamos encontrar la 
presencia de Dios.”. Con el paso del tiempo, la filosofía de Raban Gamliel fue 
concretizada en un nuevo nombre que se empezó a utilizar para describir a 
Dios, y probablemente mi favorito personal, “ha-makom”, cuya mejor 
traducción es probablemente : “Él que lo acompasa todo”. El término se 
expande mucho más lejos de su significado aparente : “lugar”, el “makom” de 
Génesis. Dios es ahora concebido como el espacio en donde existe el 
universo. Dios no está fuera del mundo ni tampoco es un residente del 
mismo. El mundo constituye una parte de Dios; una parte que trasciende 
género e imagen. Esta concepción expresa la grandeza y la austeridad del 
monoteísmo judío. Tiene la capcidad de hacer justicia en un universo de más 
de 15 billones de años de antigüedad y que aún se expande.

No menos importante, nos ofrece la tranquilidad de la cercanía de Dios. Una 
de la acusaciones antiguas en contra del Judaísmo era que su Dios aparecía 
trascendente y remoto y por ende inaccesible. El monoteísmo ha vaciado al 
mundo de seres intermediarios. Probablemente esta concepción era 
satisfactoria para la mente pero aterradora para el corazón. Para 
contraponerse a esta manera de percibir a Dios, los rabinos se avocaron a la 
tarea de demostrar que Dios está lejos y cerca a la vez, impresionante e 
íntimo. Así como el alma llena al cuerpo, la presencia de Dios llena el 
universo. Dios como “ha-makom” : “Él que todo lo abarca”, es concebido 
como el Dios que escucha lo que está en el corazón de los seres humanos 
sin necesidad de pronunciar una sola palabra. Dios nunca estaba lejos del 
alcance de los seres humanos. Estábamos de hecho, totalmente sumergidos 
en la presencia omnipotente de Dios.

Esta paradójica idea se convirtió en ritual por medio de la plegaria de 
consuelo que le extendemos a los enlutados durante el período de la Shiva. 
El nombre divino que utilizamos es “ha-makom” : “Qué Él quien acompasa 
todo, los consuele junto con los enlutados de Zión y Jerusalén.”. Las 
palabras hacen hincapié en que sin importar la pérdida sufrida, los deudos 
no están solos. Otros en Israel también han sido afligidos, y Dios comparte 
su dolor. Ninguna casa enlutada, ningún lugar en el que hay sufrimiento está 
vacío de la presencia de Dios. Dios suaviza la angustia de una comunidad 
unida por el destino y la fe.

El reto de “ha-makom” es el reconocer a Dios en la vida ordinaria de todos 
los días. Nuestra tendencia a ser impresionados sólo por lo extraordinario 
entorpece a nuestros sentidos y nos impide percibir los milagros que nos 
rodean. La obligación de llenar cada día con más de 100 brajot , es decir, 
exclamaciones de gratitud y de alabanza, permite que se cree un estado 
mental capaz de retener lo divino en un lugar común. William Blake captó el 
espíritu del judaísmo perfectamente, cuando escribió :

Detrás del gran cúmulo de nombres divinos que vinieron a marcar al 
judaísmo, resuena sólo una convicción desafianate : “...que sólo Dios es uno 
en el cielo y en la tierra (Deut. 4 :39).”. Todo lo que existe fluye de una sola 
fuente, inclusive si un nombre solo no es capaz de iluminar el significado.

Shabat shalom u-mevorá

Ismar Schorsch

La publicación y distribución de los comentarios de Dr Schorsch han sido 
posibles por la colaboración generosa de Rita Dee y Harold Hassenfeld.