Parashá Va-ethanan 5756
Deuteronomio 3:23 - 7:11
27 julio 1996 / 11 av 5756
(Traductor: Victorino Cortés, victorino@redestb.es)
En el primer aniversario del estallido de
la bomba que destruyó 168 vidas en el edificio federal en la ciudad
de Oklahoma el 19 de abril de 1995, el diario New York Times mostraba en
la portada una fotografía de Jannie Coverdale, quien había
perdido dos nietos. Posaba entre las camas de éstos, llenas de animales
de peluche, sosteniendo una fotografía de cada uno de los chicos
delante de la cámara. Bajo la fotografía, el New York Times
recogía una de las afirmaciones de la abuela: "Esta semana
hace un año, Satán condujo a lo largo de Fifth Street una
camioneta Ryder. Hizo volar a mis pequeños por los aires. Puede
que pareciera tener aspecto de hombre normal, pero era Satán."
Estas angustiadas palabras se han inscrito
a fuego en mi memoria. Ningún teólogo puede mejorar su gráfica
descripción del mal radical. Aunque llevado a cabo por personas,
viene de algún otro lugar. Nos reconforta profundamente la simplicidad
de la concepción del mundo en la que los ejércitos de Dios
y de Satán luchan entre sí, reduciéndonos a todos
nosotros a aterrorizados observadores. El horror del mal nos lleva a sostener
un sentido de la estructura del mundo que convierte en desvalida a la humanidad
y a Dios en algo devaluado.
Cuando Susan Smith en Carolina del Sur envió
a una trágica muerte a sus dos pequeños hijos sujetos en
los asientos de seguridad para niños dentro de su Mazda, su ministro,
el reverendo Mark Long, especuló con que ella esa noche había
sido testigo de dos representaciones: "Dios le hizo una representación
y Satán le hizo otra más hermosa." Tras sopesar ambas
en su turbada mente, ella optó por la de Satán.
En momentos de "shock", envidio
la claridad y la convicción de estas afirmaciones. El explícito
dualismo parece ser capaz de dar explicación de la ubicuidad del
mal, ese trágico aspecto de la experiencia humana que desafía
la comprensión, como aparece en las palabras del joven Agustín
antes de su conversión, "busqué de dónde provenía
el mal y no hallé solución." Sin embargo esta visión
es también profundamente no judía. Satán o el mal
no son parte del vocabulario del judaísmo. Tampoco lo es la caída
y la doctrina del pecado original. Son precisamente estos conceptos los
que ayudan a los cristianos a encontrar orden en medio del caos.
No sólo rememoro de nuevo el doloroso
misterio del mal a causa del supuesto sabotaje del vuelo 800 de la TWA,
sino también por que en la parasha de esta semana aparece la Shema.
Me gustaría dirigir vuestra atención sólo a una simple
frase: "al levavkha - sobre vuestro corazón", al final
del versículo 7º en el capítulo 6º. Cito la traducción
de Schoken de la Biblia de Everett Fox para mostrar su fuerza: "Estas
palabras, que yo os ordeno hoy, deben estar en vuestro corazón."
Tenemos la tendencia a no detenernos en este verso. Se le lee como una
transición entre el estado de un Dios amor que le precede y la actividad
de enseñar a nuestros hijos, versículo este que le sigue.
Y sin embargo yo sostengo que este corto y aparentemente sin consecuencias
verso esboza la respuesta del Judaísmo a la pregunta del jovencísimo
Agustín.
La función del versículo es
la de hablarnos del corazón como del lugar de nuestro amor ilimitado
a Dios. Más concretamente, se nos instruye a que articulemos ese
amor por medio de la aceptación de los mandamientos de Dios. Nuestro
desafío a lo largo de la vida es internalizar un conjunto de creencias,
de valores y acciones que no se originan espontáneamente dentro
de nosotros, tomar lo que sentimos como ajeno y no natural para nosotros
y hacerlo algo propio. Las palabras "sobre tu corazón"
identifican el escenario de la batalla. Es dentro de los confines ocultos
del corazón humano donde nuestros impulsos frustran nuestros ideales.
Las cruentas páginas de la historia no son sino un reflejo de nuestros
corazones en conflicto. Jeremías (17:9): "El corazón
es engañoso por sobre todas las cosas, y es sumamente débil.
¿Quién podrá conocerlo?".
A modo de explicación, la Torá
declara que los humanos son criaturas compuestas, una mezcla de barro y
de divinidad. "Entonces Dios, el Eterno, formó al hombre del
polvo de la tierra e insufló en sus fosas nasales aliento de vida
y tornose el Hombre un ser viviente. (Génesis 2:7)." La inestabilidad
es algo intrínseco a nuestra naturaleza. Nosotros estamos inclinados
a realizar actos perversos porque no fuimos creados perfectos.
El Talmud registra el debate, durante dos
años y medio, de las escuelas de Hillel y de Shammai, sobre si Dios
se había equivocado por crear la humanidad. "Una de las escuelas
defendió la postura de que habría sido mejor si no hubiésemos
sido creados, mientras que la otra argumentó que el que fuéramos
creados era preferible. Finalmente, votaron y llegaron a la conclusión
de que, si bien el mundo habría sido un mejor lugar sin nosotros,
sin embargo ahora y, puesto que estábamos aquí, debíamos
preocuparnos cuidadosamente de aquello que hacemos."
El objetivo del Judaísmo es moderar
nuestra batalla interior, ayudarnos a dominar nuestras pasiones para que
podamos servir a Dios con un corazón íntegro. ¿Por
qué está la palabra corazón (lev) escrita en hebreo
con una doble "bet " en la frase "con todo vuestro corazón"
(Deuteronomio 6:5), pregunta el Talmud? Para acentuar el hecho de que estamos
obligados a amar a Dios con ambas inclinaciones, las perversas y las buenas.
Los mandamientos de Dios, de acuerdo a un punto de vista rabínico,
son un régimen para mejorarnos a nosotros mismos. La Torá
nunca habla de Satán, puesto que eso comprometería su estricto
monoteísmo, tal y como la Shema lo afirma, sino que sólo
habla de un corazón endurecido o incircunciso. La causa está
dentro de nosotros.
Para conquistar el corazón, el Judaísmo
invierte en una educación seria y que dura toda la vida. La parte
central de la Shema nos urge a ser los primeros maestros de nuestros hijos.
En cualquier momento y en cualquier lugar en el que pudiéramos encontrarnos
juntos en casa o fuera de ella, ya de noche o de día, abundan las
oportunidades para iniciarles en las palabras y los caminos de Dios. Una
instrucción constante y responsable puede ayudarnos a evitar que
nuestros hijos abusen de la libertad de elección que es su patrimonio
humano.
Y aún así, el corazón
permanece lleno de agitación. Cada chico y cada generación
debe comenzar la tarea de auto control de nuevo. La cultura es un imperfecto
sustituto de la herencia. Nuestros genes no transmiten los logros morales.
Esta sobria afirmación de la capacidad
humana es el caldo de cultivo del mesianismo judío. Para Jeremías
y para Ezequiel, el final de los días estará marcado únicamente
por la transformación del corazón humano. En un segundo convenio,
la Torá se inscribirá directamente en el corazón de
cada israelita. Seguir las leyes de Dios será algo natural. Así
Jeremías muestra la promesa de Dios: "Pondré mi ley
en sus entrañas, y en su corazón la escribiré. (Jeremías
31:32). Del mismo modo lo hace Ezequiel: " Os daré también
un nuevo corazón, y os infundiré un nuevo espíritu,
y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré
un corazón de carne (Ezequiel 36:26)". Hasta entonces la tarea
solamente nos incumbe a nosotros. Y así la Shema nos pide que intentemos
implantar la Torá en nuestros corazones por medio de nuestro propio
esfuerzo constante. Con la libertad y sin ser lastrados por una personificación
de la maldad, no tenemos a nadie a quien culpar excepto a nosotros mismos,
si fracasmos.
Shabat shalom u-mevorá,
Ishmar Schorsch