Parashat Va'ayra 5754
Éxodo 6:2 - 9:35
8 enero 1994 / 25 tevet 5754
(Traductor : Desmond Graal, atoscano@arrakis.es)
Cuando yo estudiaba en el instituto ya me
era muy familiar el nombre de
Immanuel Velikovski. Eso se debía a que mi padre se interesaba mucho
por cualquier erudito que pretendiera confirmar las explicaciones
históricas de la Biblia. Y eso es justo lo que hacía Velikovski,
con una
pasión e independencia que enfurecía a la comunidad científica.
Igual
que Freud, psicoanalista, humanista y también judío, Velikovski
se
atrevió a explicar las diez plagas de Egipto basándose en
un cataclismo
celestial. Según razonaba él, fue el supuesto nacimiento
del planeta
Venus hace unos 3.500 años en forma de un cometa enorme expulsado
por Júpiter lo que le aproximó en dos ocasiones a la Tierra
para
desencadenar unos desastres naturales descritos en los libros del
Éxodo y Joshué (el sol se detuvo) y, por cierto, en muchas
otras fuentes
antiguas que él recopiló con asiduidad. Las impresionantes
teorías de
Velikovski condujeron a su inmediata expulsión de la comunidad erudita
de los EE.UU. Sin embargo, mi padre sintió una debilidad por los
desamparados y aún conservo en mis estanterías sus copias,
con
anotaciones, de los libros de Velikovski.
No obstante, ahora no los consulto mucho, puesto que ya no me
inquieta la veracidad histórica de las plagas. Ciertamente ocurrió
algo
para que la descendencia de Yacov pudiera librarse de sus cadenas,
pero ni el orden cronológico ni los detalles se pueden recuperar.
Como
comenté la semana pasada, ampliando los datos históricos
puedo hacer
que sea más creíble la historia. No me resulta inconcebible
que Egipto
fuera asolado por una serie de desastres a lo largo de varios años
y que
Moisés y la corte los explicaran de modo radicalmente diferente.
Cuando llega la tercera plaga, la primera que los magos del Faraón
son
incapaces de copiar, empiezan a darle la razón a la observación
de
Moisés: "Este es el dedo de Dios. (Éxodo 8:15)."
.
Sin embargo, la esencia del conflicto entre Moisés y el Faraón
no se
encuentra en el ámbito histórico sino teológico. No
se trata de quién
puede hacer los milagros más sorprendentes, sino de quién
tiene un
concepto de Dios que más se aproxime a la verdad. En su primer
encuentro, el Faraón se burla de Moisés: "¿Quién
es el Señor que debo
obedecer y dejar que Israel se vaya?. No conozco a este Señor ni
dejaré
que se vaya Israel (Éxodo 5:2).".
El Faraón no podía precisamente pasar por alto el desafío.
¿Acaso no
era él la personificación de un dios, hijo de Ra, dios del
sol del panteón
egipcio? Le era imposible comprender el monoteísmo de Moisés,
sin
mitos o magia y con poco que decir sobre el más allá. Resultaría
en una
inmensa lucha entre dos visiones del mundo y por tanto comienza
nuestra parasha con la revelación del nombre propio de Dios: "Yo
soy el
Señor. Me aparecí delante de Abram, Isaac, Yacov en la forma
de El Shaddai,
pero no me revelé a ellos por mi nombre ‘Adonai’ (YHVH) (Éxodo
6 :2).".
Ese nombre sagrado, indescriptible, conocido como el Tetragrámaton
(es decir, consiste en cuatro consonantes) es una de las claves para
entender el judaísmo. Moisés ya había insistido en
saber el nombre
propio de Dios en el momento de la zarza ardiendo y tuvo como
respuesta enigmática: "Ehyeh-Asher-Ehyeh, soy quien
soy (Éxodo
3 :14).", cuyo significado tanto Rashi como Buber han interpretado
como: "Cuando me necesites, ahí estaré". Ahora
en nuestra parasha
Moisés reconoce que el nombre de Dios representa una forma del verbo
"ser", que significa tanto existencia divina como compasión.
Expresa
claramente la paradoja del monoteísmo. Aunque sea la fuente infinita
de
todo lo que existe, Dios también se encuentra cerca y es compasivo.
Para el judaísmo Dios es verbo, no sustantivo. La Torá dedica
poco
tiempo describiendo una deidad poco dinámica, imposible de imaginar.
No existe, por ejemplo, una introducción a la historia de la creación
que
nos pudiera dar alguna pista sobre el origen de Dios o su aspecto. Con
una franqueza austera, la Torá simplemente afirma a Dios como creador
y la palabra hablada como herramienta de la creación. Si el panteón
pagano se encontró repleto de dioses y diosas en disputa, el nombre
indescriptible indica un solo Dios por encima de toda forma y todo
género. El énfasis puesto en realizar descripciones verbales
pretende
transmitir relaciones. A Dios no le faltan sentimientos. Al contrario,
como
afirmaban los rabinos, el nombre "Adonai" implica la cualidad
de una
compasión libre, una divinidad en pos de participación humana.
Además, echando un vistazo al lenguaje del siddur, se ve también
el
poder de control del monoteísmo. No se emplean sustantivos con
referencia a Dios, salvo rey y padre. La gran mayoría de descripciones
tales como amidah (la devoción silenciosa) es transmitida en forma
de verbos de acción: Damos gracias a Dios "quien concede inteligencia
graciosamente", "quien acoge el arrepentimiento", "quien
redime al
pueblo de Israel" y "quien da su bendición a los años".
Los verbos
describen los múltiples modos en que percibimos la preocupación
de
Dios por nosotros, por Israel y por toda la humanidad. En gran parte el
monoteísmo ha logrado que nuestra liturgia no tenga un exceso de
metáforas masculinas.
Basada en el parecido entre el nombre propio de Dios y la palabra
hebrea
para decir judío, yehudi (las primeras tres letras son idénticas),
R. Yohanan
en Palestina en el s. III declaró que: "cualquiera que
rechace la idolatría,
se merece el nombre judío". La definición fundamental
de "ser judío" es
convertirse al monoteísmo reconociendo el Tetragrámaton.
Después del regreso del exilio en Babilonia en 537 a.e.c., aquel
nombre
de cuatro letras empezó a ser utilizado cada vez menos. Aparece
con
mucha menos frecuencia en los libros posteriores de la Biblia. Con el fin
de conservar y realzar su valor divino, ya no se leía el nombre
según
está escrito, sino como si sus consonantes formasen el nombre
"Adonai", que significa simplemente "Señor mío".
Un principiante del
hebreo se delata siempre al leer YHVH según está escrito
en vez de
según lo que estipula la tradición. Con el tiempo, hasta
se afirmaba que
los judíos que insistían en conservar la pronunciación
original del
nombre propio de Dios perderían su sitio en el mundo del más
allá. Sólo
en los recintos del Segundo Templo en Yom Kippur los rabinos
permitían que el Sumo Sacerdote pronunciase el nombre propio de
Dios
correctamente en diez ocasiones en el servicio de musaf. Al escuchar
el
nombre indescriptible, la multitud presente en el Templo se postraba en
el suelo boca abajo del mismo modo en que lo hacemos hoy día en
nuestras sinagogas cuando volvemos a representar aquella antigua
ceremonia, aunque sea sin atrevernos a utilizar el Tetragrámaton.
En realidad, después de la destrucción del Segundo Templo
en el
70 e.c., el modo de pronunciar aquel nombre sagrado quedó en el
olvido. Únicamente permaneció la forma indirecta hasta alcanzar,
al
poco tiempo, su condición de nombre propio que requería sus
propios
sustitutos, tales como Hashem (el nombre) para decir Adonai hasta
llegar a la absurda costumbre actual de tratar al sustantivo español
"Dios"
como si fuese equivalente al nombre indescriptible de Dios,
¡escribiéndolo "D--s"!
Además, la reverencia hacia Dios impidió que los judíos
destrozaran
cualquier material escrito que incluyera uno de los numerosos nombres
de Dios (shemot). Se conservó para ser enterrado posteriormente.
Afortunadamente, en El Viejo Cairo, conocido como Fustat, los documentos
escritos, sobre todo los de los siglos XI al XIII, nunca llegaron
a ser transportados
al cementerio. En lugar de eso, se guardaron en el genizah,
almacén, de una
sinagoga hasta ser descubiertos y devueltos a la Universidad de Cambridge
por
Solomon Schechter en 1897. Con su enorme colección de textos
judíos literarios
y comerciales, el genizah representa el mayor archivo existente del mundo
medieval
del Islam y un tesoro inagotable para los eruditos modernos de muchos
campos.
En pocas ocasiones ha sido tan generosamente recompensada la reverencia.
Shabat shalom u-mevoraj
Ishmar Schorsch