Parashá Tzav 5756
Leviticus 6:1 - 8:36
30 marzo 1996 / 10 nisan 5756
(Traductores: Maty Tchey y Ana Roselló)
El Talmud cuenta que durante la destrucción
del Primer Templo por los
Babilonios en el año 586 a.e.c. sucedió la siguiente escena
conmovedora:
“Muchos grupos pequeños de sacerdotes jóvenes, subieron al
tejado del
santuario con las llaves en sus manos y dijeron : Señor del universo,
dado que
no somos merecedores de tu confianza, que las llaves vuelvan a Tu propiedad.
Las lanzaron al aire con fuerza, de modo que vieron aparecer a través
de las
nubes una mano que las recogió al tiempo. Fue entonces cuando los
jóvenes
sacerdotes, saltaron justo entre las llamas”.
El patetismo de esta historia, evoca el trauma del suceso. Así pues,
el recinto
sagrado en el que la majestad de Dios podía sentirse con más
fuerza que en
ningún otro lugar, quedó destruido. Los jóvenes sacerdotes,
despojados de su
futuro, asumieron sin rencor la responsabilidad generada por el sacrilegio
efectuado por sus mayores. Esto no afectó a Dios ya que, no tuvo
la culpa.
Mientras el fuego consumía el edificio sagrado, Dios se retiró
a un lugar nuevo
y puro. El lenguaje simbólico, preservó delicadamente el
misterio del
monoteísmo.
No necesitamos demasiado tiempo para llevar a cabo la restauración
del
Templo, ser agitados por las piedras del Muro del Oeste o la grandeza del
Monte del Templo. Podemos recordar y sentir admiración sin necesidad
de
sentirnos impulsados a replicar. El hecho de conocer el poder y las formas
de
adoración de nuestros ancestros, no modifica la trayectoria de nuestra
sensibilidad religiosa. Nos sentimos humildes por lo ancestral del lugar
por
encima de todo, así como por la sangre que se derramó en
su defensa.
El fundamento de esta admiración, fue preservado en la memoria judía
gracias
a la ingenuidad del judaísmo rabínico. Estoy hablando de
unas estructuras más
profundas que los días de ayuno que se suceden periódicamente
en el
calendario, con la finalidad de conmemorar la destrucción. Aún
cuando los
Rabinos sustituyeron el templo por la sinagoga, estaban ansiosos por
recordarnos el vacío originado por el fin del sistema de sacrificios.
Sustituyeron
las palabras por la arquitectura y el culto al templo, dando así
forma a una
realidad virtual.
Un midrash fascinante sobre nuestra parashá, ilustrará la
acción del proceso.
Su autor se atreve a equiparar las lecturas de las leyes sobre los sacrificios
de
fuego (“ola” en Hebreo, “ofrenda” según Fox) con el acto del sacrificio
en sí.
Jewish Publication Society traduce el verso en el cual se hace el midrash,
como sigue : “El Señor le habló a Moisés diciendo
: Ordena (“tzav”, el nombre
de nuestro parashá) a Aaron y sus hijos: “Este es el ritual de la
ofrenda en
el fuego...” (Levitico 6 :2). Cito asimismo la traducción de
Everet Fox, porque
ilumina la sutileza del midrash : “YHWH habló a Moisés
diciendo: Ordena a
Aaron y sus hijos, diciendo : Éstas son las instrucciones para
la ofrenda...”.
Lo que JPS tradujo como “ritual”, Fox lo interpreta como “Instrucciones
para
la ofrenda”, con la finalidad de conservar toda la fuerza de estas
dos palabras
originales en hebreo: torat ha-ola.
El midrash, separa las dos palabras (a pesar de mantener el nexo como una
frase en genitivo), en dos acciones distintas. La presencia de la palabra
altamente
resonante, “torat”, sugiere que Moisés está pidiendo a Aarón
y sus hijos que
reciten el pasaje sagrado sobre la ofrenda de fuego, incluso cuando la
ofrenda se
realice en el altar. Implícito en la dualidad, de acuerdo con el
midrash, está la
convicción de que aunque algún día, el Templo deje
de existir, si los judíos
persisten en seguir leyendo y estudiando los textos más relevantes
del Torah,
Dios aceptará su esfuerzo intelectual en lugar del culto.
La experiencia del profeta exiliado Ezequiel, es citada por el midrash,
para
reforzar su afirmación. Dios le ordena, “(Ahora) tú,
oh mortal, muestra esta
Casa a la Casa de Israel,... y que ellos midan con exactitud (Ezequiel
43 :10).”.
Pero el midrash tiene la protesta de Ezequiel. Su comunidad de exiliados
en
Babilonia, solo se deprimirían teniendo que imaginar la gloria de
un nuevo
Templo reconstruido en Jerusalem. “Déjales”, dice Ezequiel,
“hasta que regresen
del exilio. Entonces se lo describiré.”. Pero nada detendrá
a Dios. "Solo porque
Mis hijos estén en el exilio, el edificio de Mi hogar debe ser abandonado
?". Y
Dios prosiguió diciendo: el hecho de leer acerca de la construcción
en la Torá
es lo mismo que edificar el Templo: “Díles que si se ocupan de estudiar
los
planos para edificar el Templo, lo consideraré como si estuvieran
ya trabajando
en él.”.
Aún más, el midrash insiste en que ésta es la razón
por la que nuestros hijos
comienzan estudiando el Levítico. Para entrar en el Templo y ofrecer
un
sacrificio, uno debe estar limpio de toda impureza, como los niños.
Ya que aun
no conocen el pecado, “deja que estas almas puras se ocupen en el
estudio de
los actos de pureza”, dice Dios, “y lo consideraré como si estuvieran
ofreciéndome
sacrificios.”. El midrash concluye : “A pesar de que el templo ha sido
destruido
y ya nadie más ofrece sacrificios, si los niños se dedican
al estudio del sistema de
sacrificios, el mundo sobrevivirá.”.
Este destacable midrash, nos da una profunda visión del judaísmo
rabínico.
Un ligero cambio literal (torat ha-ola) se convierte en el pretexto
para ser más
responsables ante el vacío religioso que quedó tras
la destrucción del Templo
en el año 70 e.c. El recuerdo se pone en funcionamiento para
crear una realidad
virtual. Las palabras pueden conjurar imágenes y emociones,
los derechos y
experiencias asociadas a una forma de adorar desaparecida. ¿No
es así como
nos reconfortamos cuando se nos aparta de alguien que amamos ? El
Judaísmo
convierte en ritual el hecho de cultivar la memoria. El que el Templo
yazca en
ruinas no es razón para dejar de leer el va-yicrá.
Las palabras pueden actuar
como un sucedáneo del mismo para seguir existiendo.
Cito a continuación unos cuantos ejemplos que lo ilustran. Tradicionalmente,
el oficio matinal, abre con una selección de pasajes cortos
de la Torá, sobre el
Tabernáculo y su culto. Los servicios de Musaf en Yom Kippur todavía
nos
recuerdan desde el punto de vista litúrgico el drama del ritual
del Templo en
el Yom Kipur. Para mí, estas plegarias no pertenecen al futuro,
sino al pasado.
Pensar en ello, no significa que añoremos el pasado, sino que
sirve para entender
quiénes somos y de dónde venimos.
De igual forma, el Talmud afirma que cuando recitamos los versos finales
de
la historia de la creación los viernes por la noche (Genesis 2:1-4,
empezando con
la palabra va-yekhulu), en el proceso creativo nos transformamos en socios
de
Dios. Para subrayar esta convicción entonamos esos versos tres
veces (durante
y después de la Amidá, y antes del Kiddush). Dios creó
el mundo con palabras y
nosotros lo sostenemos con un día de descanso. El lenguaje nos convierte
en
hermanos espirituales de Dios, cambiando el espacio que habitamos a través
del poder de las palabras.
Y finalmente, la clave del teatro sagrado del
Seder es dar voz a las palabras.
Se nos pide que nos imaginemos como parte de esa generación que
fue testigo de
la presencia de Dios y del nacimiento de una nueva nación guiada
por una misión.
Contar la historia sirve para llenar ese gran abismo creado por el tiempo,
transportándonos al centro de aquella experiencia fundacional. La memoria
convierte al pasado en el faro que guía a todos los demás
años que quedan por
venir. Las palabras son las vestiduras de nuestra alma.
Shabat shalom u-mevorá
Ismar Schorsch
La publicación (en inglés) y distribución
de los comentarios de Dr. Schorsch
han sido posibles gracias a la colaboración generosa de Rita
Dee y Harold
Hassenfeld.