Parashá Teruma 5757
Éxodo 25:1 - 27:19
15 febrero 1997 / 8 adar I 5757
(Traductor: Victorino Cortés, victorino@redestb.es)
El Sábado de esta semana cae sólo
un día después de la fecha que el Talmud designa como la
de la muerte de Moisés (7 de Adar). La Torá no nos dice nada
acerca de cuándo muere Moisés. Sólo se nos dice al
final del Deuteronomio que Moisés murió solo en la cima del
monte Nebo, observando la Tierra Prometida. Aunque entrado en años,
Moisés no murió a causa de su edad : "Y Moisés
era de edad de 120 años al morir él; no se había debilitado
su ojo ni se había perdido su lozanía (Deuteronomio 34:7).".
Es decir, murió de repente, no por enfermedad alguna, y sin sufrimiento,
o, en las palabras de Rashi, por el roce de un beso divino (tomando como
base de lo anterior la expresión "al pi adonai",
lo que literalmente significa "por la boca de Dios (Deuteronomio 34:5).".
A la mayor parte de la humanidad no se le
otorga la gracia de retener tal dignidad a la hora de morir. A menudo dejamos
este mundo con dolores atroces y maltrechos, siendo sólo una sombra
de lo que fuimos. La ciencia moderna nos permite vivir mucho más
tiempo y luchar mucho más, pero no nos ha proporcionado el conocimiento
necesario para saber cuándo y cómo partir. Y por ello una
vez más la comunidad americana está enfrascada en una polémica
difícil: la eutanasia activa (suicidio asistido por médicos).
Mientras esperamos la revisión de la Corte Suprema de dos dramáticas
resoluciones judiciales de ámbito federal a favor de esta asistencia
médica, nos incumbe a nosotros como judíos considerar cuidadosamente
los valores judíos relevantes en este asunto.
Mi punto de partida, como no podía
ser de otra manera, es nuestra parashá. A primera vista, la cascada
de detalles de Terumah sobre la construcción del tabernáculo
parece no tener relación alguna. Pero los Rabinos nunca permitieron
que pequeños obstáculos redujeran su impulso ético
o su sensibilidad literaria. La parte más importante del Tabernáculo
es el Arca, y la Torá comienza la narración con este objeto
(Éxodo 25:10-22). Se nos dice en dos ocasiones que el Arca tiene
que acoger la evidencia de la revelación de Dios, del convenio entre
Dios e Israel, las tablas de piedra (Éxodo 25: 16, 21). Es sólo
este depósito único el que hará del Arca el lugar
más sagrado del Tabernáculo y el punto de encuentro de futuras
comunicaciones entre Dios y Moisés.
No hay ninguna indicación en nuestra
parashá o en el resto de la Torá de que ninguna otra cosa
se colocase en el Arca. A menudo, sin embargo, una tragedia personal nos
ayuda a encontrar significados inimaginables. Rav Yosef, un sabio babilónico
de principios del s. IV, llamado "Sinaí" por su amplio
y ordenado conocimiento de la ley escrita y oral, sufrió una grave
enfermedad que le privó de sus conocimientos. Sólo la devota
asistencia de un estudiante desolado le ayudó a recuperar el contenido
de su memoria. Con frecuencia confesaría a sus estudiantes angustiado
que no recordaba el punto sobre el que se discutía.
Como consecuencia de esta dolorosa experiencia,
Rav Yosef declaró que los fragmentos de las tablas rotas por Moisés
al ver el becerro de oro se guardaban también en el Arca. Aunque
habían quedado ilegibles, no habían perdido su santidad en
absoluto. Del mismo modo, tampoco se debería dejar de respetar a
un erudito, personificación de las Tablas, privado súbitamente
por el destino de su agudeza y erudición.
Aparte de su profundo contenido emocional,
esta midrash impresionante apunta hacia el hecho de que la santidad de
una persona (vaso humano) no es un asunto de perfección. Mientras
que los eruditos de la Torá están fundamentalmente enfrascados
con la presencia de Dios y su propósito, es, empero, una afirmación
fundamental del Judaísmo la de que toda persona lleva en sí
misma la huella y chispa de lo divino. (¿Por qué podemos
apagar una luz en sábado cuando tenemos miedo o consolar al enfermo?.
Porque la luz del espíritu que procede de Dios está antes
que la que el hombre produce con sus manos.) El valor supremo de la vida
humana no es contingente, sino absoluto. La prohibición de asesinar
se enuncia pronto y de forma inequívoca en la Torá: "El
que derramare la sangre del hombre, por medio del hombre su sangre será
derramada (Génesis 9:6).".
Por otra parte, el relato bíblico de
la creación fundamenta la atribución del máximo valor
a cada ser humano. La vida humana comienza con una sola pareja no sólo
para afirmar que toda vida humana es totalmente igual, que todos descendemos
de unos mismos padres, sino también para recordarnos que el asesinato
de una sola persona podría haber hecho que la humanidad acabase.
De aquí, el salvar una vida (judía o no judía) prevalece
sobre la cuidadosa observancia del Sábado. Se nos enseña
que debemos violar un Sábado por una persona en peligro, para que
él o ella pueda celebrar aún muchos otros Sábados.
Incluso el que la circunstancias sean extremas
no disminuye la santidad de la vida para el Judaísmo. El Talmud
cuenta el martirio de Rabbi Hanina ben Teradyon quien se negó a
dejar de enseñar la Torá en público durante las persecuciones
de Adriano en el siglo II en Palestina. Los romanos le condenaron a ser
quemado vivo, envuelto con los rollos de la Torá con los que él
había estado enseñando. Para retrasar su muerte y aumentar
su sufrimiento, le cubrieron el pecho con algodón empapado en agua.
Cuando sus alumnos le conminaron a que acelerase su muerte inhalando las
llamas, el se negó: " Sería preferible que Aquel que
me dio mi vida se la llevase de vuelta que el que yo me dañase a
mí mismo." Aunque permitió a su verdugo, que no pudo
evitar la admiración por la ecuanimidad de su víctima, avivar
el fuego y retirar el algodón, para que Rabbi Hanina muriese más
rápidamente.
Esta compleja leyenda de heroísmo,
que no he contado en su totalidad, se convirtió en la fuente tradicional
en el Judaísmo para repudiar el suicidio como una alternativa válida
al sufrimiento. La única medida en favor de ello que se puede sacar
de esta historia desde el punto de vista haláquico es el derecho
a quitar los impedimentos que pudieran ser interpretados como algo dispuesto
para retardar la venida de la muerte.
Claramente está consistente y profundamente
asentada reverencia a la vida humana constituye un sistema de valores y
una estructura legal a la que no se le puede dar la vuelta fácilmente
en favor del suicidio asistido médicamente. Y tampoco debería
hacerse. Las tablas rotas se trataban con igual veneración que aquellas
que permanecieron en perfectas condiciones. La desgracia no las hizo menos
preciosas. Cada vez que me encuentro con un esposo/a que atiende con ternura
a su pareja que se encuentra afligida por Alzheimer o alguna otra enfermedad
degenerativa, su humanidad me hace más humilde y me edifica moralmente.
Más allá del peso de la tradición
judía en este triste asunto, temo que la aprobación de la
eutanasia activa contaminará el juicio del paciente y de los familiares
con consideraciones de carácter económico. La tentación
o la presión para preferir la muerte con la intención de
ahorrar dinero determinará la decisión en muchas ocasiones.
Compadezco a todos aquellos que están apesadumbrados por un sufrimiento
inhumano. Pero acortar la vida de forma directa es un acto de diferente
orden moral que cesar la prolongación de ésta indirectamente.
Los abusos que sin dudarlo surgirán de la eutanasia comprometerán
no sólo el objetivo de la profesión médica, sino también
la estructura moral de la sociedad. Y donde las consecuencias sociales
son tan perjudiciales, creo que el bienestar de la sociedad está
por encima de la autonomía del individuo.
Shabat shalom u-mevoraj
Ishmar Schorsch
La publicación y distribución
(en inglés) de los comentarios de los parashá ha-shavuá
del Dr Schorsch han sido posibles por la colaboración generosa de
Rita Dee y Harold Hassenfeld