SUKOT 5756
(Traductora : Inés Baum, baumgut@sol.racsa.co.cr

¿Cuánto es suficiente ?

Este verano las lluvias han sido escasas en la mayor parte del 
noreste y los embalses de la ciudad de Nueva York están 
aproximadamente un 24% más bajos de lo normal para esta época 
del año. Nuestra necesidad de agua pone de relieve un tema 
sombrío de Sukot, a menudo obscurecido por el exceso de alegría 
del festival. Porque a pesar de que en nuestras oraciones nos 
referimos repetidamente a Sukot como “la estación de nuestra 
alegría”, nuestro ánimo no es de alegría absoluta.

La razón es que la Mishná representa a Dios en Sukot sentado 
todavía en el tribunal. Lo que está en juego en este momento es 
cuánta lluvia caerá en el próximo invierno. Después de haber 
determinado el destino de cada individuo durante el período de 10 
días entre el Día de Recordación (Rosh Hashaná) y el Día de 
Expiación (Yom Kipur), ahora Dios pesa los méritos de la 
comunidad como un todo. Su expediente colectivo de decencia 
durante el año pasado, ¿justifica o no la bendición de una lluvia 
abundante ?. La Mishná (siglo II) no sólo refleja el calendario del 
Oriente Medio, donde la lluvia está restringida a los meses de 
invierno, sino que también es reflejo de la convicción fundamental 
de que Dios (a pesar de la miseria que abunda) gobierna el mundo 
de la naturaleza directa y justamente.

Y Sukot es, entonces, mucho más que un festival alegre de acción 
de gracias tras una cosecha abundante. El talante de gratitud y 
celebración va acompañado de un sentimiento solapado de 
ansiedad. ¿Caerá este año la cantidad de lluvia suficiente para 
garantizar la repetición de la abundancia del año pasado ? A 
través de los ocho días de fiesta (a decir verdad, Shemini Atzeret 
no es parte de Sukot), lo que comienza sin ruido deviene en un 
crescendo de súplicas por la lluvia en los últimos dos días de 
Hoshaná Rabá y Sheminí Atzeret.

Sin embargo, lo último que deseamos es empaparnos en la lluvia 
durante los 7 días en que comemos nuestros alimentos en la suká. 
Su sombra ofrece poca protección contra el mal tiempo. La 
Mishná considera que un festival de Sukot arruinado por la lluvia 
es una señal inequívoca del descontento divino, comparable a la 
situación de un sirviente que se apresta a servir un vaso de agua a 
su amo y más bien es el amo el que vierte en su rostro el agua de 
la jarra. Queremos que la lluvia venga solamente después de 
Sukot, aún cuando nuestra celebración esté señalada y 
enmudecida por el temor de que la lluvia no vuelva más. Podría 
muy bien tener razón el Rabí Eliezer cuando dice, en el Talmud, 
que el simbolismo básico de las cuatro especies que ondeamos en 
nuestras sinagogas en Sukot (la rama de palma, el sauce, el mirto 
y el etrog) es un ruego a Dios por la lluvia. Así como estas 
diversas plantas no florecen si les falta el agua, tampoco nosotros 
lo hacemos. La dependencia es parte de la condición humana, de 
lo cual también nos recordamos al ver la frágil naturaleza de la 
propia suká. Nuestros sentimientos de agradecimiento y 
ansiedad, de elevación e inquietud, están unidos por el 
sentimiento ineludible de cuán subordinados estamos los 
humanos a la voluntad de Dios.

La precipitación en el Oriente Medio es aún menos segura que en 
la mayor parte de Norte América. Así pues, no debe 
sorprendernos el saber que en la Mishná existe un ensayo 
completo de 4 capítulos donde se estipula lo que una comunidad 
judía puede hacer para acelerar el final de una sequía (entre otras 
cosas). Llamado Taanit o “Ayuno”, el ensayo es notable por su 
sobriedad. No contiene técnicas mágicas ni encantamientos que 
pudieran forzar a Dios a hacer lo que queramos. Con lo único que 
contamos es con el ayuno comunal y la oración pública. La 
Mishná prescribe una serie de no más de 13 días de ayuno, que 
aumentan en severidad y que comienzan aproximadamente 5 
semanas después de Sukot y se extienden, en caso necesario, hasta 
el mes de Nisán (el mes de Pesaj), pero nunca más allá. Después 
de Nisán, la calamidad de una sequía es irreversible. Castigados 
por Dios, no debemos vilipendiar a los cielos o hundirnos en la 
desesperación, sino aceptar calladamente nuestro destino y 
reducir nuestras actividades. El entramado religioso permanece 
intacto.

Los excesos están ausentes en estas prescripciones ; es más bien 
una búsqueda de equilibrio en un mundo inestable. Una 
disposición igualmente moderada se hace evidente en un relato 
épico religioso que parece burlarse, a primera vista, de la 
restricción de la que hablo. La Gemara cuenta, bien que de mala 
gana, un buen número de ejemplos en los que las oraciones de los 
piadosos (¡hasta las de una mujer!) persuadieron a Dios para 
enviar la lluvia. El más famoso de estos hacedores de lluvia, si no 
su prototipo, es Honi, el Dibujante de Círculos.

Un año el invierno no trajo lluvia a Jerusalén. Hacia el final del 
mes de adar, esto es, bastante después de Purim, la gente le pidió 
a Honi que intercediera por ellos. En vista de que sus oraciones 
no evidenciaron ninguna señal de la gracia divina, Honi dibujó un 
círculo y se metió dentro. “Señor del Universo,” dijo, “Tus hijos 
han puesto su confianza en mí, porque yo soy como un miembro 
de Tu familia. Créeme, no saldré de este círculo hasta que Tú 
muestres alguna compasión.”. Comenzó una llovizna. Después de 
lo cual la gente le dijo a Honi: “Gracias a ti, seguramente no 
moriremos. Pero nos parece que esta garua ha sido enviada 
solamente para condescender mínimamente con tu promesa.”.

Honi se volvió hacia Dios. “Esto no es lo que pedí. Yo pedí por 
una lluvia que llenara de agua los pozos, las zanjas y las cuevas.”.
Esta vez llovió torrencialmente hasta que cada gota llenaba un 
barril de agua. Otra vez la gente protestó: “Gracias a ti, 
seguramente no moriremos. Pero nos parece que esta lluvia ha 
sido enviada solamente para destruir el mundo.” Y otra vez Honi 
se dirigió a Dios: “No es esto lo que pedí. Yo pedí por una lluvia 
de buena voluntad y bendición, ofrecida voluntariamente.”.

Finalmente llovió en forma normal y constante, hasta que la gente 
se vio obligada a buscar refugio en el monte del Templo. Y 
entonces le pidieron a Honi que detuviera la lluvia. A pesar de 
sus reservas, Honi accedió a su petición con suficiente perspicacia 
y ofreció, como plegaria junto al sacrificio de un buey, la razón 
por la que traigo a colación esta historia: “Dios del Universo, Tu 
pueblo Israel, al que sacaste de Egipto, no puede soportar 
demasiado de lo bueno ni demasiado castigo. Si Tú estás enojado 
con ellos, no lo pueden soportar; si Tú eres demasiado generoso 
con ellos, no lo pueden soportar. Por lo que sea Tu voluntad el 
detener la lluvia y darle al mundo un respiro.”.

Una vez finalizada la lluvia, la gente salió a los campos para 
encontrarse con los primeros brotes de setas.

Las últimas palabras de Honi son una joya de sabiduría en la 
fantasía popular. Funcionamos mejor, ya sea colectiva o 
individualmente, en un ambiente sin extremos. Demasiado 
extremismo hacia cualquiera de los lados del espectro riñe con 
nuestra voluntad y debilita nuestra resolución. Sukot mitiga 
nuestra euforia después de una cosecha abundante con la 
perspectiva de un invierno sin lluvia. Como Honi, en Sheminí 
Atzeret oramos por una lluvia que será “Una bendición, no una 
maldición. Por la vida, no por la muerte. Por la abundancia, no 
por el hambre.”

El espacio entre estos opuestos nunca es tan grande como 
podemos creer o como nos gustaría creer, pero es allí donde 
debemos encontrar nuestra felicidad, siempre que queramos 
resistir y florecer.

Hag sameaj,

Ishmar Schorsch