Parashá Shmot 5757
Éxodo 1:1 - 6:1
4 enero 1997 / 25 tevet 5757
(Traductor: Victorino Cortés, victorino@redestb.es)

El libro del Génesis acaba con una nota egipcia, es decir, después de su 
muerte, José fue embalsamado y colocado en un ataúd para esperar su 
enterramiento en la tierra que Dios había prometido a sus antepasados. 
Embalsamar es algo muy egipcio, uno de los actos de la amplia panoplia 
de procesos designados para oscurecer la realidad de la muerte. El tenor 
completo del Génesis se escandaliza ante esta idea. La vida humana no es 
otra cosa que una extensión de la tierra: "Pues polvo eres", dice Dios al 
Adán caído, "y al polvo volverás (Génesis 3:19).". Para facilitar esta unión, 
los judíos en Israel todavía son enterrados sin ni siquiera un ataúd. 

El libro del Éxodo, sin embargo, no es una visión del más allá que pudiera 
suavizar el sufrimiento humano. El tema es por el contrario remodelar la 
sociedad según unas líneas que minimizan la cantidad de sufrimiento 
infligida por un ser humano a otro. El enfoque es exclusivamente de este 
mundo; el enemigo no es la muerte sino la injusticia. El eslabón entre los 
dos primeros libros de la Torá es el papel que Dios asigna al principio a los 
descendientes de Abraham, "...sabiendo que Abraham se convertirá en un 
pueblo grande y poderoso y todos los pueblos de la tierra serán 
bendecidos en él (Génesis 18:19).". Es solamente la formación de una 
política basada en la justicia y la rectitud lo que hará a Israel ser una 
bendición universal y a Abraham, "el padre de una multitud de pueblos 
(Génesis 17:4).".

Por primera vez nuestra parashá pasa de una crónica familiar a una 
historia nacional que explícitamente enuncia el concepto de Israel como un 
pueblo elegido. Dios instruye a un todavía ambivalente Moisés para que se 
enfrente al faraón: "Te mando que dejes ir a mi hijo para que me sirva, 
mas si no le permites ir, he de matar a tu hijo primogénito (Éxodo 2:23).". 
Como el Génesis ha dejado sumamente claro, el estatus del primogénito no 
es un asunto de nacimiento sino de mérito. Israel, que llegó tardíamente a 
la familia de las naciones, es señalada por Dios para crear una 
contracultura, justo la antítesis del antiguo Egipto, para avanzar hacia el 
sueño de un mundo en paz, aunque el futuro mostraría a menudo este alto 
propósito cargado de riesgo y de auto-negación más que de privilegio. 

El hombre llamado a esculpir esta nación tenía ya inscrito en su corazón la 
ley moral de Dios para esta tarea. Hacer lo que es justo y bueno es algo 
natural para Moisés. La visión de la injusticia le hace revolverse para 
protestar, de manera instantánea e inmediata. Él es, además, el primero de 
los fundadores del antiguo Israel que es considerado completamente 
admirable, una figura sin fallos, de proporciones heroicas, aunque 
humano. 

De acuerdo con la Midrash, ningún líder es elegido por Dios sin haber sido 
probado. Las pequeñas acciones a menudo revelan si uno posee las 
cualidades para grandezas futuras. Los fragmentos biográficos 
preservados por la Torá de la vida temprana de Moisés se añaden al 
retrato de un gigante moral. Cuando era un hombre joven, Moisés 
abandona los suelos del palacio real para observar de primera mano el 
sufrimiento de su gente. ¿Qué hace que aparezca esta extraordinaria 
manifestación de hermandad?. De forma contraria al faraón, quien 
convenientemente borró de la memoria lo que Egipto debía a José, Moisés 
debe haber retenido una sospecha acerca de sus orígenes, que de no 
haber sido por milagro el Nilo podría haber sido también su tumba 
acuática, como fue para todos los otros niños israelíes de su generación. 
Ni la distancia ni el privilegio pudieron apartarle completamente del grito 
del oprimido. 

Y cuando él se enfrenta a la esclavitud que es un horror sin esperanza su
instinto se subleva. De forma no premeditada, Moisés asesina a un capataz
egipcio que golpeaba brutalmente a un israelita inerme. Al regañar a un
israelita que golpeaba a uno de sus semejantes, éste le recuerda a Moisés a
su propia fechoría. Así descubre que su asesinato es conocido y que debe huir
para salvar su vida. Pero su compasión por el afligido y desafortunado le
acompaña. En un pozo en la tierra de Midian, él se levanta sin dudarlo para
proteger a la hijas de Jethro, quienes eran totalmente desconocidas para él,
de una banda de pastores que no querían esperar su turno. Moisés obviamente
tiene la fuerza y el coraje para reconducir su impulso moral. Dios ha encontrado
al hombre para acabar con el tirano, para redimir a una nación acostumbrada
a la esclavitud y así cambiar el curso de la historia humana. 

Cuando llega la llamada, Moisés está listo, aunque reacio. Le ha llegado la 
noticia de que el faraón en cuya casa el había crecido y que había puesto 
precio a su cabeza, ha muerto que abre una oportunidad. No hay nada 
inadmisible en el relato de la zarza ardiendo, si nosotros imaginamos que 
se desarrolla en el interior de Moisés. Poseedor de una cabeza egipcia y 
de un corazón israelita, él sintió su destino. ¿Pero podría un extraño ganar 
la confianza de los esclavos a los que él quería liberar?. ¿Podrían sus 
palabras orgullosas derrotar a los guerreros del faraón? ¿Tenía la visión de 
un nuevo orden moral alguna oportunidad de vencer la dura realidad de él 
que llevaba el poder? La intervención continuada de Dios dio a Moisés la 
fe para contrarrestar sus miedos. 

Aunque Moisés emergió victorioso de esta lucha de voluntades 
nacionalistas y de filosofías políticas, el judaísmo le venera principalmente 
como profeta y no como líder político. Solamente en la más rara de las 
ocasiones el antiguo Israel se aproxima a su ideal de justicia social. Moisés 
y sus herederos proféticos permanecieron como duros críticos de la 
sociedad, como voces en contra de lo establecido. Denunciaron la 
perversión del poder y la corrupción de la religión. El destino de la humanidad
era forjar un vínculo entre la conducta humana y la moralidad divino dentro
del marco de la historia con el fin de completar lo que Dios había creado.
En las inmortales palabras de Jeremías: 

"Así dice el Eterno: No se gloríe el hombre sabio por su sabiduría, ni el 
hombre rico por sus riquezas, sino que se gloríen en esto: en que Me 
comprenden y Me conocen, y saben que Yo soy el Eterno que obra 
misericordia, justicia y rectitud en la tierra, porque en tales cosas Me 
complazco (Jeremías 9:22-23).".

La precaria función del profeta era la de asegurar que esta gloriosa 
sensibilidad no desaparecería nunca de la conciencia de Israel. 

Shabat shalom u-mevoraj

Ismar Schorsch

La publicación y distribución (en inglés) de los comentarios de la parashá 
ha-shavuá del Dr Schorsch han sido posibles por la colaboración generosa 
de Rita Dee y Harold Hassenfeld.