PESAJ 5756
(Traductoras: Ana Roselló, Alba Toscano)
En marzo de 1945, la famosa División
de Infantería número 42, “El
Arco Iris”, que luchaba en territorio alemán, publicó una
pequeña y limitada
agadá para su seder. Su joven capellán judío, Rabino
Eli A. Bohnen, quien
sirvió luego muchos años como rabino del Templo Emanu-El
de
Providence, Rhode Island (EEUU), con un gran sentido histórico,
mandó
una copia de esta agadá a la biblioteca del Seminario (Seminario
Teológico
Judío de América, ‘JTSA’). En la carta que la acompañaba,
fechada en abril
de 1945, y dirigida al conocido bibliotecario del Seminario, profesor
Alexander
Marx, hacía saber que la agadá había sido publicada
en ‘offset’ en la imprenta
que se usaba para el periódico de la División. Los soldados
que hicieron el
trabajo usaron banderas nazis para limpiar la imprenta. Por su importancia,
el Capellán Bohnen escribió : “Estoy seguro de que este es
el primer texto
hebreo religioso publicado en Alemania desde la llegada de Hitler.”.
Es más probable que “La Agadá de Arco Iris” no fuera el primer
‘texto’
hebreo, que propiamente no es un ‘libro’, desde la llegada de Hitler en
1933, sino el primero desde finales de 1939. A lo largo del opresivo
período que se vivió previo al estallido de la guerra, libros
judíos escritos en
alemán y hebreo fueron publicados a un ritmo asombroso. Obligados
a
recluirse cada vez más en ghettos, los judíos alemanes resistieron
espiritualmente, frente a los alemanes, amarrándose fuertemente
a la
cultura judía.
De hecho, uno de los últimos libros hebreos publicados en Alemania
fue el
del profesor Louis Finkelstein, a punto de convertirse en presidente del
Seminario. Su magnífico trabajo crítico del antiguo comentario
rabínico
sobre el Deuteronomio, el Sifre, vio la luz en Alemania un mes después
de
que Hitler invadiera Polonia el 1 de septiembre de 1939. Sólo unas
pocas
copias salieron fuera del país; las restantes desaparecieron para
no volver a ser
encontradas nunca más. No fue hasta treinta años después
cuando el
Seminario reeditó la versión intacta de esta edición
de destino tan funesto,
y la puso además a disposición del mundo escolar.
Aún así, “La Agadá del Arco Iris” merece un lugar
en la biblioteca de libros
antiguos e inéditos del Seminario. Independientemente de su antigüedad,
otras circunstancias dan a la obra un valor permanente. Aún causando
estragos sin precedentes el Holocausto, Hitler fracasó en su intento
de
acabar con el mundo judío. Sólo un mes después de
su miserable suicidio,
tropas judías en territorio alemán se detuvieron para conmemorar
la fiesta
bíblica de la libertad, el momento del nacimiento nacional. Su modesta
agadá, sin traducir y carente de ilustraciones, fue un glorioso
símbolo del
espíritu judío. La historia milenaria del pueblo judío
estaba aún intacta. La
primera redención de Egipto auguraba futuros actos de redención
que aún
estaban por venir. Sólo puedo imaginar con qué resolución
los soldados
presentes en esos sederes entonaron estas palabras, cargadas de emoción
y
con ardiente significado nuevo: “Esta es la promesa que ha mantenido a
nuestros antepasados y a nosotros mismos, pues no ha sido sólo un
enemigo quien se ha levantado contra nosotros ; en cada una de nuestras
generaciones hay quien busca nuestra destrucción, pero sólo
el Sagrado,
alabado sea Dios, nos salva de sus garras (Rachel Anne Rabiniwicz, ed.,
‘Passover Haggadah’, Asamblea Rabínica, p. 43).”.
Pero, ¿nos salvará Dios de la devastación que nos
infligimos a nosotros
mismos?. Esta es la pregunta que muchos se plantean cuando nos
reunimos 51 años después en otro conjunto de sederes de Pesaj
en nuestras
casas por toda América. ¿Somos los últimos judíos
metidos en un
silencioso ‘holocausto’ hecho por nosotros mismos destinados a contemplar
el fin de la comunidad de la diáspora, más grande, más
segura, y más
próspera vista nunca?. ¿Somos los últimos judíos
por los que nadie dirá
kadish?. Será la libertad sin restricciones un disgregador más
eficiente que
la hostilidad sostenida?. ¿Está agotado el poder del judaísmo?.
El rabino
Alexandri, sabio palestino del s. III e.c., con su nombre indudablemente
griego, solía finalizar sus oraciones diarias, la amidá,
con la siguiente
plegaria : “Señor del Universo, debería ser bastante evidente
para Ti que
nuestra voluntad es hacer Tu voluntad. ¿Qué nos lo impide?.
La levadura
en la masa y la subyugación nacional. Puede que Tu voluntad sea
rescatarnos de sus manos para que así podamos retornar a acatar
las leyes
de Tu voluntad de pleno corazón.”.
Si la levadura en la masa es la viva imagen de la fermentación de
nuestros
corazones, entonces, el rabino Alexandri está hablando de dos clases
de
impedimentos en la vida religiosa: las adversas condiciones externas, y
la
inestabilidad de nuestro propio carácter. La levadura es un símbolo
negativo que sugiere un estado inestable, sujeto a cambio radical y
corrupción irreversible. Esta es la razón por la que está
prohibida en el altar
del Tabernáculo (Levítico 2:11, 6:10), y de la fiesta que
conmemora la
pureza de Israel en el momento de su creación como nación.
Primero
ritualmente y luego éticamente, la levadura y lo que produce, hametz,
viene
a significar lo que carece de permanencia y, por consiguiente, sin
perfección, y es, por tanto, la imagen más apropiada para
reflejar la
volatilidad humana.
Al contrario que cualquier comunidad judía previa, los judíos
contemporáneos de América han estado a salvo de cualquier
degradación.
Ser judío ya no supone ninguna clase de impedimento. Cada individuo
puede estar tan carente de escrúpulos y ser tan canalla como cualquier
otro
sin comprometer a todos los judíos. La pérdida de la guerra
de Vietnam no
hizo que Henry Kissinger se encontrara con el mismo destino de Walter
Rathenau en Alemania en 1922. Ni el embargo al petróleo árabe
tras la
Guerra del Yom Kipur causó un pogrom. El altísimo porcentaje
de
matrimonios mixtos es un tributo a la apertura de la sociedad americana.
Qué triste que hayamos llegado tan lejos para ser la causa de nuestra
propia
destrucción. A pesar de las abundantes pruebas que tenemos de un
renacimiento de la cultura judía y de una renovación religiosa,
el desgaste
avanza sin detenerse. Para muchos, la preocupación por sí
mismos y una
visión secular del mundo trabajan en contra de cualquier sentido
de
obligación personal al pasado sagrado o a la venerable comunidad.
En 1902 Solomon Schechter, el gran erudito judío de su época,
llegó a
Nueva York unos días antes del Pesaj para asumir el liderazgo del
renacido
Seminario. Él escogió como símbolo de la institución
el arbusto ardiente
para afirmar su convicción de que América no se convertiría
en la tumba
del judaísmo. Sería una academia nacional dedicada al pensamiento
moderno enlazado con un apasionado estudio de la Torá que podría
equilibrar las fuerzas seductoras de la asimilación.
Pero esto no se puede llevar a cabo sin el refortalecimiento diario del
hogar
judío. Pesaj nos recuerda a través de la representación
teatral doméstica del
seder que el último responsable de los valores y actitudes judíos
se
encuentra en el entorno que creamos en casa para nuestros hijos. Si
podemos saturar nuestros hogares con ecos de eternidad, nuestros niños
podrán absorber de forma natural el judaísmo como centro
de gravedad, es
decir, una norma moral, un medio de expresión, y una fuente de orgullo.
Debemos dedicarnos este Pesaj al hecho de que si la educación judía
comienza en casa, el arbusto nunca se consumirá.
A sisen Pesaj, ve-jag kasher ve saméaj
Ishmar Schorsch
La publicación (en inglés) y distribución de los comentarios
de Dr
Schorsch han sido posibles por la colaboración generosa de Rita
Dee y
Harold Hassenfeld.