Parashá Quedoshím 5755
Levíticus 19 :1 - 20 :27
6 mayo 1995 / 6 iyar 5755
(Traductora : Alba Toscano)
Para Alisa Flatow de West Orange, Nueva Jersei
(EEUU), Pesaj este año
no fue una fiesta de la libertad. A aquella alumna de tercer curso en la
Universidad de Brandeis le fue diagnosticada muerte cerebral por un trozo
de metralla cuando el conductor palestino de una furgoneta llena de
explosivos en una misión suicida, chocó contra un autobús
de israelíes
cerca de Kfar Darom en Gaza, el 9 de abril 1995. Su padre, Stephen,
antes de permitir que se apagara el respirador de su hija que estuvo
ingresada en el hospital de Beersheva, agarró la última chispa
de vida que
quedó en su cuerpo inerme : sus órganos y sus corneas fueron
rescatados
como “una contribución duradera al pueblo de Israel.”.
Se ha mancillado el espíritu de aquel acto inspirador y generoso
por una
burda farsa. La semana pasada, un miembro distinguido del rabinato
ortodoxo de Israel cambió, de una forma imprudente y caprichosa,
la
política de largos años de oposición a la donación
de órganos por la
aceptación de que su destinatario fuese otro judío. La distinción
nefasta
entre judío y no-judío, no considerada por el Sr Flatow,
un judío ortodoxo,
empero, sirve para destruir cualquier intento de liberalización
sobre este
tema. Al parecer, el dictamen se acerca a la misma locura que afectó
al
Baruch Goldstein, quien, hace un año en Purím, violó
la mezquita en
Hebrón con una matanza desenfrenada a sangre fría. ¿Es
la riada
aterrorizadora de Jamas kamikaze desde entonces una respuesta con la
misma moneda al martirio retorcido del Sr Goldstein ?. Con el clima volátil
del nacionalismo militante, las palabras de ira de los líderes religiosos
a
menudo llevan aparejadas consecuencias mortíferas. Encomiable fue
la
reacción de la Asociación de Transplantes de Israel que rechazó
tajantemente el ofensivo dictamen.
Me refiero al asunto porque la hostilidad descarada demostrada hacia no-
judíos, contradice el espíritu de nuestra parashá.
La búsqueda de la
santidad, la meta de la Torá y el eje central del texto de esta
semana,
deben aportar ayuda sobre la forma en que debemos interrelacionar con
nuestro prójimo, ¡ sea como nosotros o no !. De hecho, la
Torá presenta
claramente dos preceptos complementarios que esbozan una ética sin
parangón acerca de las relaciones interpersonales y las relaciones
entre
grupos.
El primero, justamente el más famoso y de formulación más
antigua, se
refiere al pronunciamiento de “tratar al prójimo como quisieras
que él te
tratase”. Por el contexto y la elección de las palabras, tal vez
no sea tan
universal como quisiéramos cuando lo decimos con orgullo : “No odies
a
un hijo de tu pueblo en tu corazón... No te vengues o guardes rencor
hacia
los de tu pueblo. Ama a tu vecino como a ti mismo : Soy el Señor
(Levítico
19 :18).”. El destacar “un hijo de tu pueblo” y “los de tu pueblo”, sugiere
enfáticamente un precepto restringido a los asuntos entre miembros
del
mismo grupo étnico, aunque no debemos tomar tal limitación
con ligereza.
No es nada seguro que sólo porque dos judíos, que comparten
los mismos
predecesores o religión, lleven las relaciones entre sí con
respeto y
simpatía. Dada la polarización religiosa que predomina actualmente
en la
vida judía, no está fuera de lo imaginable que un día
recibamos un
dictamen de halaka que permita que se puedan donar los órganos de
un
ortodoxo sólo si están destinados a mejorar la vida de un
receptor
ortodoxo. Aquello es, por desgracia, el principio que ya gobierna la
filantropía en la mayor parte de la comunidad ortodoxa.
La Torá añade una segunda exigencia a nosotros que amplía
significativamente los horizontes éticos: la sociedad israelita
con toda
probabilidad estará compuesta de una población étnica
mezclada. ¿Cómo
serán tratados los no-israelitas? Sin duda, igual que los miembros
de la
nación dominante. La Torá rechaza cualquier insinuación
sobre un doble
estándar : “Cuando un forastero resida con vosotros en vuestra tierra,
no
lo tratéis mal. El forastero que vive con vosotros en vuestra tierra,
recibirá
igual trato que vosotros, igual que cualquier ciudadano ; lo consideraréis
igual que a vosotros mismos, porque fuisteis forasteros en Egipto: Soy
vuestro Señor y Dios (Levítico 19 : 33-34).”.
Aquel mandato que incluye a todos, marca el cenit de las éticas
bíblicas, la
extensión crítica del Levítico 19 : 18. Con respecto
al lenguaje, las dos
citas son sorprendentemente similares. Israelitas y no-israelitas deben
ser
clasificados como ciudadanos del estado y tratados con la misma
magnanimidad porque es el deseo de Dios. Como si no estuviese
suficientemente claro, se reclama la experiencia de la esclavitud en Egipto
para remachar la esencia de la idea. Nunca debemos olvidar las lágrimas
que nos cayeron cuando nos oprimieron. Es precisamente la dificultad que
tenemos en ejercer la consideración a la persona más alejada
de nosotros
lo que incita a la Torá a repetir aquel precepto específico
más que
cualquier otro. La verdadera justicia ha de incluir al miembro más
vulnerable de la sociedad : el forastero.
El judaísmo rabínico no se desvía de aquella definición
loable de la justicia.
En el Talmud, Hillel explica a un no-judío que va en busca de una
religión
que la esencia del judaísmo es una síntesis de los dos versículos
encontrados en el Levítico : “Lo que te repugna, no lo hagas a tu
prójimo...
Todo lo demás es accesorio.”. Con el mismo espíritu expansivo,
los
rabinos enseñaron : “Apoyemos a los pobres no-judíos tanto
como a los
israelitas pobres ; visitemos a los no-judíos enfermos tanto como
a los
israelitas enfermos ; y, enterremos los no-judíos al lado de los
israelitas
porque así son los caminos de la paz.”. Finalmente, la Mishna declara
que
el rescate de una sola vida, judía o no, equivale al rescate de
la especie
humana entera dado que la familia humana empezó con la creación
con
un solo predecesor. No hay nada en estos textos normativos que insinúe
la idea tan mezquina de que el judaísmo contempla la vida de un
ser más
sagrada que la de otro ser.
No es la larga experiencia medieval de degradación y persecución
la que
ha corrompido al judaísmo sino la alianza corrosiva con el nacionalismo
militante. La historia cruenta del s.XX rebosa de ejemplos de rabinos de
poco valor moral que se sometieron a la intimidación, o a la tentación
del
poder disfrazado como la salvación nacional. Aún en Israel,
el imperativo
territorial envilece los valores religiosos mientras embrutece a los clérigos.
La respuesta ortodoxa al asunto de las donaciones de órganos demuestra
una vez más que la erudición no garantiza el sentido común
o la dignidad
humana. Nachmanides, el incomparable erudito español del s. XIII,
abre su
comentario de nuestra parashá ha-shavúa con palabras acérbicas
acerca
del “palurdo introducido en el estudio de la Torá”, es decir, un
judío
practicante con mucha formación quien, aunque no viole un sólo
precepto
de la ley judía, trae la desgracia a la Torá. Si el autor
de la decisión tomada
sobre la donación de órganos fuese sólo un ejemplo
aislado de aquella
clase de palurdo, no habría muchos motivos para hacer sonar la alarma.
Desgraciadamente, mientras los rabinos ortodoxos en Israel continúan
desviándose a la derecha con su aumento de desdén hacia la
formación
general y hacia las experiencias de la vida actual, la excepción
se hace la
norma y por ende amenaza con deshonrarnos a todos.
Shabat shalom u-mevoraj
Ismar Schorsch
La publicación y distribución (en inglés) de los comentarios
del Dr.
Schorsch han sido posibles por la colaboración generosa de Rita
Dee y
Harold Hassenfeld.