Parashá Tazria-Metzora 5756
Levítico 12:1 - 15:33
20 abril 1996 / 1 ivar 5756
(Traductora: Ana Roselló)
Para los judios, la Biblia Hebrea ha significado
siempre una
fuente inagotable de enseñanzas sin fin, y la clave de esa
histórica paradoja proviene de la forma en que la leemos.
Midrash asigna más de un significado a cada palabra, verso o
libro. El significado literal no agota los contenidos de los textos
sagrados. Bajo la superficie residen significados más profundos
a la espera de que lectores más avispados los saquen a la luz. Lo
que distingue un texto divino de otro humano, insistieron los
rabinos, es su multiplicidad de significados. Con su trato,
sumamente cuidadoso, las escrituras sagradas (el Tanaj) nunca
pierde su flexibilidad; partiendo de un número finito de libros
los rabinos descubrieron su verdadera riqueza mostrándonos sus
siempre infinitas y nuevas lecturas.
El profesor Judah Goldin, quien me imbuyó de amor hacia el
midrash en mis días de estudiante en el Seminario, muestra este
espíritu de forma más elocuente:
“Y aquí, según creo yo, reside el milagro de todo este acto,
los
sabios, como herederos o celadores de una extraña colección,
encargados de preservar los textos sagrados, no se quedan
extasiados por ellos en adoración silenciosa. En lugar de esto,
combinando reverencia y espontaneidad, abren, clasifican, e
iluminan los volúmenes individuales de la valiosa colección
que
se les ha confiado en la que ellos y sus contemporáneos
descubrirán el reflejo de sus propias formas y la respuesta a sus
propias necesidades, incluso sus fantasías.”. (Estudios del
Midrash y Literatura Relacionada, p. 281).
Para descubrir los secretos de los Textos Sagrados, se necesita
tanta devoción como libertad. La lectura profunda es un acto de
lectura constante. La santidad inviolable de las Escrituras es lo
que inspira a los Rabinos a memorizar y reflexionar sobre ellas
tanto de manera general como en detalle, capacitándoles para
convertir la más pequeña alusión textual en una historia,
interpretación ética o visión del mundo. “¿Por
qué la Escritura
se llama Torá ?”, pregunta el Zohar, el más osado practicante
de Midrash, acerca de nuestro parashá. Porque, de acuerdo con
el significado de la raíz de la palabra (“torá” = “enseñanza”),
enseña y revela lo que está oculto y desconocido. Por tanto,
los
textos más prosaicos pueden convertirse en los más profundos.
La Parashá de esta semana, rebuscadamente concreta en lo que
se refiere a los tratamientos para las enfermedades de la piel,
ofrece un ejemplo memorable de fundamentalismo auto-
trascendente. Resh Lakish pregunta: ¿Qué otro significado
puede existir en estos versos tan específicos?: “Éste es
el rito
que ha de aplicarse a un leproso (Levítico 14:2).”. A lo que él,
inteligentemente, responde que debemos leer también las
palabras que no se dicen y que significan: “Ésta es la enseñanza
que pertenece a aquel que difama la persona de otro.”. Las
bases de este dramático giro en el tema residen en el extraño
término hebreo para leproso, “metzora”, la palabra común
en la
Torá es “tzarua”. Es esta pequeña anomalía la que
lleva a Resh
Lakish a ampliar el contexto del lienzo. La palabra “metzora”
puede fácilmente ser dividida en dos diferentes palabras, aunque
similares en su pronunciación “motzi- (shem) - ra”, que
significa “difamar”. A través de la sutileza de muchas lecturas
la
lepra se ha vinculado al mal uso del lenguaje . De hecho, añade
R. Yohanan, el cotilleo está entre los siete pecados cardinales
que castigan a la persona con enfermedades de la piel. Según un
proverbio rabínico, aludiendo a la misma asociación,
“Tendemos a ver todas las enfermedades de la piel, excepto las
nuestras.”.
De manera general, los Rabinos distinguen entre la difamación
y el cotilleo. Aun cuando este último (leshon ha-ra) puede
no
ser del todo incierto, ambos son despreciables porque surgen de
la malicia e infligen dolo en otras personas. Pero sólo la
difamación es causa de delito ante la justicia. La Mishna otorga
una multa mucho más grande a la difamación que a la violación,
la seducción, o la muerte de un esclavo por negligencia. Cuando
alguien alega que esta posición convierte a la violencia verbal
en
un crimen más grave que la violencia física, la Mishna defiende
su escala de valores haciendo referencia a la historia bíblica.
La
generación de Israelitas redimidos de Egipto, no estaba
destinada a morir en el desierto hasta que los diez espias,
mandados por Moisés para rastrear el terreno, volvieron y
mintieron infravalorando la Tierra Prometida. Y así debilitaron
la iniciativa de los demás para conquistarla (Números 13-14).
Los Rabinos, aún así, reservan la mayor parte de su indignación
a la tendencia de la humanidad hacia el cotilleo. Por ejemplo, en
el principio de comparación equitativa ellos identifican el
destino del leproso a vivir aislado del campamento, con el
castigo que le espera al proveedor de cotilleos (Levítico 13:46)
:
“Dado que es el que ha provocado la separación de un hombre
de su mujer o de un amigo de otro, se le castigará a vivir solo
y
apartado.”. De nuevo, otra prueba bíblica de este vínculo
se
encuentra en el caso de Miriam, la cual enfermó de lepra
después de que junto a Aaron hablara públicamente de la vida
privada de Moisés (Números 12). De forma similar la ofrenda
de incienso que el Sumo Sacerdote ofrece en el ‘Más Sagrado de
los Sagrados’ del Yom Kipur, estaba destinada a expiar el
pecado ubicuo del cotilleo : “Dejad que el ritual clandestino (no
presenciado por el público) expíe la violencia hecha
clandestinamente.”.
En Palestina, al contrario que en Babilonia, era costumbre
hablar de los tres efectos de las habladurías: destruyen no sólo
el tema, sino al proveedor y al destinatario también. Según
esto,
el cotilleo no era una ofensa más pequeña que la idolatría,
el
asesinato y la promiscuidad sexual, las únicas transgresiones
que aún en épocas de persecución se esperaba que un
judío
evitaría aún a costa de su propia vida. Frente al cotilleo,
hasta se
imaginaron que Dios se lamenta al tener que vivir en el mismo
mundo que una persona que ha abusado del don divino de la
palabra.
Y en una maravillosa ostentación de fantasía rabínica,
R. Yosi
ben Zimra hace a Dios hablar directamente a la lengua: “¿Qué
más podía haber hecho para refrenarte?, ¡Oh lengua
de
engaño! . Aunque todos los miembros del cuerpo humano están
rectos, te hice descansar en plano. Aunque todos los miembros
son externos y visibles, yo te oculté dentro del cuerpo. Más
aún, te encerré entre dos paredes, una de hueso, los dientes,
y
otra de carne, los labios.”. En otras palabras, ¡la misma
anatomía de este órgano traiciona la ansiedad del Creador
sobre
su fisiología!.
¿Qué es lo que motiva esta diatriba contra este desatado
y
dañino lenguaje?. Es la convicción rabínica de que
la habilidad
del habla hace a la humanidad más similar a Dios. ¿Qué
es lo
que Dios insufló en la naríz de Adán en el momento
de la
creación y que le despertó a la vida (Génesis 2:7)?.
Para la
frase hebrea: “le-nefesh hayya = un ser vivo”, la más antigua
traducción en arameo que tenemos, de Onkelos, sugiere: “un
ser que habla”. La especificidad añadida subraya el
extraordinario poder de crear con las palabras. El discurso
humano es un mero eco del lenguaje de Dios, y abusar de él y
corromperlo es ofender la esencia de nuestra propia existencia.
Por esta razón, la larga y muchas veces repetida confesión
pública en el Yom Kipur, la “al heit”, dedica al menos un cuarto
de su lista de ofensas a los actos de violencia verbal.
El judaísmo es por encima de todo amor al lenguaje, testigo de
los esfuerzos Rabínicos por santificarlo. La forma en que nos
dirigimos unos a otros nos anuncia el modo en que nos
trataremos unos a otros. Las palabras del gran poeta ruso Osip
Mandelstam, enviado a Siberia por Stalin en los años treinta y
asesinado por los Nazis en 1941, me cautivan: “La palabra es
la carne y el pan. Comparte el mismo destino que el pan y la
carne: sufrir.”.
Shabat shalom u-mevorá
Ismar Schorsch
La publicación (en inglés) y la distribución de los
comentarios
de Dr. Schorsch han sido posibles por la colaboración generosa
de Rita Dee y Harold Hassenfeld.