Parashá Jayai Sara 5755
Génesis 23:1 - 25:18
29 octubre 1994 / 24 Heshvan 5755
(Traductor: Desmond Graal)
Ya no elegimos los cónyugues de nuestros
hijos. No obstante, si lo
hiciéramos, ¿qué rasgo escogeríamos como el
mejor indicador de un
matrimonio feliz?
Esta es la tarea que Abraham, notando cada vez más el peso de sus
años, encarga a Eliezer, administrador de su casa. Isaac, el hijo
nacido en
su vejez, sigue sin esposa. Bajo ninguna circunstancia debe buscar una
pareja entre sus vecinos de Canaán. Estos, poco mejores que los
ciudadanos de Sodoma y Gomorra, son fieles a unas creencias religiosas
que resultan aborrecibles para la nueva fe de Abraham. A su tiempo se
convertirán en objeto de una guerra santa y no de un matrimonio
santo.
Hasta Ismael se casó con una egipcia, igual que su madre Hagar,
y no
con una de Canaán. Eliezer vuelve a la tierra natal donde Abraham
tiene
sus raíces, a los miembros de su clan, para encontrar una esposa
para
Isaac. Nuestra parasha empieza con un tono algo irónico. "El
Señor había
bendecido a Abraham en todo", pero la soltería de Isaac, con
su implícito
futuro efímero, hizo papel mojado de las bendiciones.
Eliezer es un psicólogo nato. De camino a Haran, inventa una prueba
de
personalidad para seleccionar una esposa adecuada para Isaac. Cerca del
pozo en las afueras de la ciudad descansará con su caravana de diez
camellos y pedirá a una joven que le dé agua. Si su respuesta
es darle de
beber y también con espontaneidad a sus camellos, se habrá
señalado
como persona digna del hijo de su amo.
Dios ayuda a los que se ayudan. La primera mujer a quien Eliezer pone a
prueba es Rebeca, nieta del hermano de Abraham y ciertamente ella
reacciona con una generosidad poco común: "Bebe Señor,
también
sacaré agua para tus camellos hasta que hayan terminado de beber
(Génesis 24:18-19).".
La Torá considera tan importante esta breve escena que permite su
insólita repetición tres veces: primero las reflexiones del
propio Eliezer,
después la descripción del suceso, y, por último,
cuando Eliezer lo vuelve
a contar a Laban, el hermano avaricioso de Rebeca. No debemos pasar
por alto tan señalado detalle.
A estas alturas el libro del Génesis ha dejado más que claro
que el trato
con desconocidos representa un baremo del código moral de una
sociedad. En este sentido, tanto Abraham como Lot ponen en evidencia a
sus vecinos. No obstante, Eliezer exige más. Para la eterna pareja
de
Isaac, la compasión, una cualidad sumamente humana, debe abarcar
todo
ser vivo. Rebeca se siente afectada por la visión de los camellos
sedientos
y decide, sin más, remediar su condición. Vienen a la mente
las
impactantes palabras de Shakespeare, salvo por el ofensivo hecho de que
en El Mercader de Venecia las pone en boca de Portia mientras sermonea
a Shylock, cruelmente empeñado en la aplicación estricta
de la letra de la
ley.
El gesto de Rebeca no tiene nada de forzado. Está libre de intereses
personales, sin ser manchada por ideas de recompensa. Eliezer percibió
que una persona dotada de una bondad tan grande sería incapaz de
ejercer actos de violencia tanto en el hogar o en cualquier otro lugar.
Rebeca personificó un valor principal de la Torá, conocido
como gemilut
hasadim - hacer gestos de desinteresada bondad.
Al judaísmo no le hacían falta ni Shakespeare ni ningún
otro para
enseñarle el concepto de piedad. La Torá ya había
aprobado una ley para
refrenar la agresividad humana. Si pasamos al tema de los animales, sólo
citaré sus mandatos más sensibles contra el dolor gratuito.
Nos ruega a
no embridar el buey o a uncir juntos animales de diferentes tamaños
(tales
como un asno con un buey), para arar, ni a sacrificar en el mismo día
la
vaca y su ternero (Deut. 25:4, 22:10; Lev. 22:28). Del mismo modo, al
encontrar un nido de pájaro con huevos o pajarillos aún cuidados
por la
madre, hemos de soltar a la madre (Deut. 22: 6-7).
Además, parece que es esta compasión por los animales la
que incitó a la
Torá a repetir en tres apartados diferentes la prohibición
de hervir el
cabrito en la leche materna. Más tarde se convertiría en
la base de la
separación talmúdica entre el consumo de productos cárnicos
y lácteos.
De hecho, la Torá incluso nos exige a no mostrar rencor hacia los
animales de nuestro enemigo: "Cuando veas el asno de tu enemigo caído
debajo de su carga y sin poder levantarse, debes, de todas formas,
ayudarle a levantarse (Éxodo 23:5).". Aquella intensa preocupación
acaba
en la inclusión profética de los animales en la visión
mesiánica, aunque
nadie logró del todo estar a la altura de la imagen de Isaías
y su
restablecimiento de la harmonía perfecta entre el hombre y el animal,
unidos una vez más en un compañerismo eterno. Fue Edward
Hick quien
hizo que esta profecía pasara a formar parte de la herencia cultural
de los
EE.UU en su cuadro estilo americano primitivo de 1848, “El Reino de la
Paz (The Peaceable Kingdom)”.
En este sentido, Maimónides llegó a afirmar que la crueldad
es algo
totalmente ajeno al judaísmo. Toda comunidad judía no debería
existir sin
una sociedad dedicada a fomentar actos de desinteresada bondad: animar
a la novia y al novio, visitar a los enfermos, enterrar a los difuntos
o dar
consuelo a las personas de luto. Una de los síntomas lamentables
del
decrecimiento del judaísmo en tiempos modernos fue el hecho de que
esos mitzvot llegaron a ser considerados únicamente como
responsabilidad del rabino del mismo modo que las sinagogas, ampliadas
y embellecidas, se convirtieron en el único lugar para practicar
el
judaísmo.
Nada podía estar más lejos del espíritu del judaísmo
que este sucedáneo
de religión. La Torá empieza y acaba con ejemplos impactantes
de gestos
de desinteresada bondad. Dios viste a Adán y Eva y entierra a Moisés
personalmente. Entretanto somos testigos de un esfuerzo sin par por
lograr la superación personal. Se ruega a cada judío que
forme parte de la
suma de chispas divinas en el mundo.
Shabbat shalom u-mevoraj,
Ismar Schorsch.